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El Dios de la montaña

Nuestros deseos y la justicia


Erase una vez, en las montañas rocosas del este de Kachaturian, se encontraba un lugar especial. En realidad todas esas montañas tenían mucho de particular, las fuerzas geológicas habían trazado grutas, cavidades y cuevas de una belleza y majestuosidad impresionantes, pero entre todas ellas había una que destacaba por su belleza y poder, era la llamada “cueva de los deseos”.


Desde tiempo inmemorial los habitantes de Kachaturian iban a esa cueva para pedirle al Dios de la montaña ayuda y apoyo para la consecución de sus deseos.


En medio de la cueva se alzaba una estructura rocosa de gran majestuosidad por tu tamaño y colorido. Sus minerales multicolores reflejaban la luz dando al lugar una apariencia mágica, y era en esa estructura donde los aldeanos del reino decían se reflejaba la imagen de Dios. En realidad poco importa si era o no representación del rostro divino, pues todo cuanto existe es manifestación de Dios, pero a los hombres de Kachaturian les gustaba poder tener una imagen de Dios a quien venerar y pedir y así sus mentes, dando forma racional a Dios en una imagen, se sentían más cómodas.


En frente de ese monolito natural sagrado a quien dirigirse, los hombres de la zona habían construido un pequeño banco y un reclinatorio para ponerse los fieles de rodillas, si así lo deseaban, mientras formulaban sus peticiones a la divinidad.


Aquella tarde amenazaba lluvia, o mejor dicho, tormenta pues el cielo estaba muy ennegrecido. Quizá fue por esa razón que no habían creyentes en las cercanías de la cueva.


La cueva estaba así vacía cuando un hombre, al cual llamaremos por los motivos que a continuación se explican, "hombre justo" entró en la gruta. Nuestro "hombre justo" tenía un deseo que pensaba era difícil de realizar: quería ayudar a todos, construir un mundo más justo, conocer las necesidades de sus conciudadanos y hacer que el mundo fuera un lugar mejor. Aunque claro, no dejaba de ser su consideración de lo que él creía como lo mejor. Pensaba que si podía saber los deseos profundos de la gente, podría ayudar a conseguirlos. Y por esa razón fue aquella tarde, a pesar del mal tiempo reinante, a la cueva.


Se dirigió al monolito divino y pidió de corazón tener la posibilidad, de alguna manera, de saber lo que la gente pedía ahí a Dios.


- Si pudiera saber lo que te piden, podría ayudar más, ser más justo- solicitaba el hombre justo a Dios.


Y en la soledad reinante en la cueva, oyó una voz en su interior que le decía:


- Se te concede tu deseo. Sitúate detrás de la roca, y entre las oquedades que forma su estructura mineral podrás ver a los hombres que llegan sin ser visto y podrás oír, en tu interior tan bien como me estás oyendo a mí, sus deseos y peticiones. Pero hay una condición que debes aceptar.


- ¿Cuál? – Respondió “el hombre justo” emocionado por recibir respuesta a su petición y seguro de aceptar la condición que le impusieran, pues pocas cosas podían ser tan importantes como la consecución de su deseo. Y entonces oyó la voz de Dios que le dijo:


- Debes prometer, que pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, veas lo que ve veas, no vas a salir de detrás de esta roca, ni decir nada, ni hacer nada.


- Acepto, acepto, - Respondió nervioso y precipitadamente el "el hombre justo" emocionado por haber recibido ese don. Y entonces oyó de nuevo al Dios diciendo:


- Debes prometer, que pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, veas lo que ve veas, no vas a salir de detrás de esta roca, ni decir nada, ni hacer nada.


- Si, si, lo prometo. – Respondió el hombre que no entendía la repetición de la promesa. Pero aún así de nuevo la voz le dijo:


- Bajo ninguna circunstancia, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, veas lo que veas, debes moverte de detrás de esta roca, ni decir nada, ni hacer nada. Es la tercera vez que lo digo.-


- No lo hare, lo prometo, no lo haré - dijo el hombre justo.


Y la voz desapareció dejando en el lugar una luz diferente a la que había cuando mantenían ese diálogo, como si el momento de esplendor se hubiera desvanecido. Y así fue como "el hombre justo" dejó el banco y se situó detrás de la gran roca.


A los pocos minutos entró a quien llamaremos "el hombre rico". Era este de grueso porte, llevaba unos lujosos vestidos que no parecían muy adecuados para subir la montaña, una cadena de oro, anillos en las manos, un zurrón de esos que llevan en Kachaturan los cobradores para guardar sus monedas de oro y un grueso bastón posiblemente para defenderse de quien intentase robarle sus pertenencias.


- Que raro un rico tenga fe.- pensó “el hombre justo”.
- A lo mejor viene a pedir aún más dinero. No sé pronto lo sabré- Reflexionaba el hombre justo.


El hombre rico se sentó en el centro del banco dispuesto a hacer su petición cuando de repente entró un mendigo. Su rostro denotaba que habia pasado dificultades, iba sin afeitar mostrando barba de varios días, sus pantalones estaban rotos y para protegerse del frío apenas llevaba una casaca de tela de saco rota con grandes bolsillos sobre una camisa que en otro tiempo fue blanca. El mendigo se sentó a la derecha del hombre rico. Este, al ver la vestimenta del mendigo, su cara de frio, mal afeitado y poco aseado tomó su zurrón donde llevaba sus monedas de oro, y lo pasó de su derecha a su izquierda.


A los pocos segundos entró en la cueva un joven de aspecto débil, al que llamaremos “el joven debilucho”. De apariencia frágil, alto y delgado, con cara larga y pálida se sentó a la izquierda del hombre rico.


En pocos instantes se había pasado de estar la cueva vacía a contar con tres personas sentadas en el banco de los deseos. El primero en ponerse de rodillas en el reclinatorio, con gran pomposidad, fue el hombre rico. – Ahora podré saber qué es lo que piden este tipo de personas que tienen tanto dinero – pensó para sí el hombre justo.


Pero claro, cuando el hombre rico se arrodilló dejó sin protección su zurrón con monedas de oro que había dejado a su izquierda sobre el banco.


El mendigo tan pronto como se dio cuenta de que tan atractivo botín era accesible alargó su brazo para tomar una moneda y, para su alegría..., lo logró. Había tomado una moneda con sigilo y el hombre rico no se había apercibido. Pero el hombre justo que desde detrás de las roca por los pequeños agujeros podía verlos sin ser visto, sí que se dio cuenta. No podía soportar la injusticiaa de un robo, pero recordó su promesa y no podía salir ni decir nada.


Tan pronto como el mendigo se dio cuenta de la facilidad con que podía obtener monedas sin ser visto procedió a tomar otra.


El hombre justo, oculto detrás del monolito, estaba indignado, se encendía interiormente al ver que delante de sus ojos se estaba produciendo un robo y no podía hacer nada para evitarlo, por su promesa hecha, Y claro, en ese estado de excitación e indignación interior tampoco podía oír voz alguna para saber lo que pedía el hombre rico o el joven debilucho en sus peticiones, pues para comunicarse con el poder superior hay que lograr la paz interior.


Por tercera vez el mendigo alargó la mano para tomar la tercera moneda pero en el momento justo en que acaba de tomar una moneda se oyó un gran trueno en la montaña que retumbó en la cueva haciéndolo todavía más impresionante. Del susto al mendigo se le cayó la moneda de la mano y fue a rodar al lado del joven debilucho. Rápidamente el mendigo retiró el brazo y se sentó correctamente en su sitio. Pero el hombre rico, al que el trueno le había asustado, intuitivamente se levantó del reclinatorio y miró hacia el banco donde estaba su zurrón. Y así fue como vio una moneda en el suelo, justamente en los pies del joven debilucho y por ello pensó que ese joven era el que le intentaba robar.


- Ladrón- Exclamó el hombre rico mientras levantaba su bastón amenazando al joven debilucho.


- Yo no he hecho nada – respondió gritando e inclinándose hacia atrás el joven debilucho al sentirse amenazado.


- Ya te enseñaré yo a robar – exclamó el hombre rico mientras intentaba golpear al joven con su bastón


Afortunadamente el joven debilucho pudo esquivar el primer golpe, pero el hombre rico estaba enfurecido y mientras exclamaba insultos zarandeaba su bastón intentando alcanzar al joven que esquivaba los golpes como podía moviéndose por la cueva.


El mendigo, al ver al hombre rico totalmente centrado en perseguir por la cueva e intentar golpear al joven debilucho se abalanzó sobre la bolsa con las monedas y ahora tomaba estas a puñados, no de una en una, sino tomando todas las que le cabían en las manos y poniéndolas en los bolsillos de su vieja casaca.


Era terrible. El hombre justo no podía aguantar más. Estaban robando a un hombre, este intentaba golpear a un inocente y el culpable de toda la situación se estaba enriqueciendo mientras robaba las monedas a manos llenas.


No podía ser, no podía el hombre justo permitir eso. Había prometido no hacer ni decir nada, pero se estaba produciendo una gran injusticia. Era un caso extremo, tenía que actuar. El propio Dios, si, el Dios que es justo, actuaria igual, pensaba para sus adentros el hombre justo.


Y así fue como de manera solemne, desde su escondite y jugando a ser Dios, el hombre justo grito:


¡Alto, quietos, parad!


Y tan fuerte y profunda era su voz que inmediatamente todos se detuvieron. El hombre rico dejó de blandir su bastón y se giró hacia de donde venía esa voz; el joven debilucho dejó de correr mirando hacia la gran roca que ahora parecía hablaba y el mendigo dejó de robar monedas.


El hombre justo entonces, seguro que estaba obrando bien dijo:


- ese joven es inocente, el ladrón es el mendigo -


Y entonces el hombre rico al ver al mendigo con monedas de oro en sus bolsillos tomó el bastón para atacar al mendigo. Aprovechando que no era atacado el joven debilucho salió de la cueva rápidamente para ahorrarse más problemas. Y cuando el mendigo se vio atacado por el bastón del hombre rico se sacó la casaca y la arrojó al suelo con todas las monedas. El hombre rico entonces se centró en sus monedas en lugar de blandir su bastón contra el mendigo y este salió corriendo de la cueva


El hombre rico tomó las monedas que se habían desparramado por el suelo al arrojar el mendigo su casaca, las puso en su zurrón y abandonó también la cueva.


La cueva se quedó así vacía


Entonces, con la fuerza de un trueno, se oyó la voz del Dios diciendo al hombre justo:


¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho?


A lo que el hombre justo, muy asustado, respondió:


- Hacer justicia. Estaban pegando a un inocente, robando a un honrado rico y se beneficiaba un mendigo ladrón-


- ¿Justicia? – Digo la voz de Dios aún mas fuerte y amenazante que antes


- ¿que sabes tú de justicia?


¿quien eres tú para decir lo que es justo y lo que no?


-Te dije que no hicieras ni dijeses nada porque tú no sabes nada. Pero nada de nada de lo que es la vida y las fuerzas que actuan. Eres ignorante con pretensiones de sabio y ego de virtud de justicia según lo que tu corta mente cree que es la justicia- Decia la voz en tono profundo y fuerte que causaba pavor al "hombre justo"


- El hombre rico venia a pedir más dinero pues con el dinero que tenía quería comprar a una joven y se quedaría sin dinero, él quería más. Si le hubieran robado no hubiera comprado a la joven, ahora lo hará.


- El joven debilucho venía a pedir protección para un viaje peligroso que quería realizar. Si le hubieran dado unos golpes no lo hubiera hecho, ahora lo hará y perecerá en ello


- El mendigo venía a pedir alimento para su familia y para él. Si hubiera tomado esas monedas lo hubiera conseguido. Ahora por tu intervención pasarán hambre, y frio también pues perdió su casaca.


- Todo eso es lo que has causado al creerte como Dios


Y dicho esto la voz divina dejó de sonar en la cueva.


El hombre justo estaba desolado. Había actuado con buena intención pero ahora veía lo que había provocado: una muerte, la venta de una joven y el hambre de una familia. Eso era mucho peor que el robo o el castigo inmerecido, pero ya no podía deshacer lo que había hecho.


Solo podía intentar que eso no pasara más. Y así fue como en lo alto de la entrada de la cueva grabó en piedra unas letras que decian:


"Todo cuanto sucede tiene un motivo, aunque tu razón no lo pueda entender"



Nota: la idea del cuento no es original nuestra, solo la puesta en escena - - - -

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